Fin de la mascarilla

Cuando los primeros periódicos comentaban la noticia de una infección extendida desde China, era imposible imaginar las consecuencias. Dejamos atrás un balance de casi 12 millones de infectados y mas de cien mil muertos tras dos años de medidas desesperadas para la contención de una infección que, lejos de acabar, se quedará como nuevo inquilino en nuestras vidas.

La ciencia, a través de una vacuna, salva a gran parte de la población de un futuro incierto y sirve de arma a nuestros mayores para luchar en una guerra despiadada. Y poco a poco vamos olvidando lo que ha pasado y volvemos a nuestro día a día.

Desde hoy no es necesario llevar la mascarilla excepto en transporte público y centros sanitarios donde haya personas vulnerables (hospitales, residencias, farmacias…). Sin embargo eso no quiere decir que no exista el virus. La vacuna hace que las personas sufran pocos síntomas de la enfermedad y por tanto no presente tanta gravedad. Pero si eres vulnerable, o tienes a tu alrededor personas vulnerables, puedes seguir llevándola, aunque según varios expertos, mejor FFP2. No hay que olvidar que la mascarilla quirúrgica es más un utensilio de protección global, no individual.

Y volvemos a nuestro día a día en un sistema de salud agotado, lleno de pacientes que han sufrido demora y que también ahora olvidan lo vivido y reclaman sus intervenciones o pruebas, y que exigen a personal cansado cambios que no pueden realizar.

Y volvemos a nuestro día a día dejando atrás los aplausos a sanitarios, las reuniones por zoom, las estanterías del papel higiénico agotadas, la vida en los balcones y, desde hoy, las mascarillas (y ojalá también lo hicieran las citas previas, aunque hay cosas que, al igual que el coronavirus, también se quedarán entre nosotros).

Deja un comentario